Pues llega octubre y, aparte de los sustos y demás spookiadas. trae consigo… #Escritober
Este reto, ideado por Celia Añó (@BrujadelTeatro), consiste en una rutina de 31 días, en los que preparar el proyecto que se tenga entre manos. En principio, podría verse como algo dirigido al #NaNoWriMo, pero es una buena oportunidad para desarrollar mis personajes, y podáis conocer un poco mejor mi forma de escribir, en pequeñas dosis.
Así, esta entrada irá actualizándose con esos pequeños fragmentos, que corresponden a cada reto. Mi intención es hacerlo todos los días. Para que no os perdáis nada, en mi cuenta de Twitter @spring_tower tendréis un hilo que irá avisando de nuevas mini historias. ¡Espero que disfrutéis de esto, y vayáis conociendo más a fondo mis personajes, y el mundo que les rodea en #ProyectoCayr!
Si queréis saber más a fondo sobre #Escritober, aquí os dejo la entrada del blog de su creadora: https://labrujadelteatro.wordpress.com/2020/09/18/escritober-todo-lo-que-necesitas-saber/.
1.- Sueño / Deseo
No serían ni las siete de la mañana. Sorprendido de su propio madrugón, Lucas se desperezó, limpiándose las legañas con ambas mangas de su túnica. Sigiloso cual culebra, se dirigió a la puerta de su habitación, tratando de no despertar a su compañero de cuarto. La abrió con cuidado, y deslizó fuera, sin emitir ruido alguno. Lucas no era una persona muy de mañanas, pero ya que estaba levantado, quería aprovechar para seguir con su investigación.
Atravesando el delgado pasillo que le llevaba a los escalones, respiró hondo. No podía dejar que lo pillaran de nuevo. La última vez tuvo suerte, pero nadie le aseguraba que fuera el maestro de Aire el que le sorprendiera de nuevo. Asomándose por el hueco de la escalera, valoró sus opciones. No creía que realmente fueran a echarle. Al fin y al cabo, el Maestro parecía saber que, al menos, no era de allí, y expulsarle sería lo mismo que arrojarle a una muerte segura. Así que lo máximo que podía esperar era una regañina. Al menos, así podría tener otra oportunidad para hablar con él. Sabiéndose con la sartén por el mango, logró relajarse al fin, y pisó el primer escalón.
—Lucas, ¿a dónde crees que vas tan temprano? —escuchó una voz cavernosa tras de sí.
El chico dio un salto olímpico hacia delante, con el corazón a mil por hora. No sabía a quién pertenecía ese vozarrón, pero fuera quien fuese, le había cazado fisgoneando. Toda esa seguridad que tanto esfuerzo le había costado acumular, se le fue en un grito ahogado. Al darse la vuelta, resopló enfurecido. Átira, con una especie de megáfono de hojas, se estaba mondando de la risa, alternando entre su tono suave y el rugido infernal que fabricaba con su artilugio.
—¡Átira, la madre que te…!
—Ay… querido, en serio… —se retiró una lágrima con el dedo índice, recuperando la compostura—, tenías que haberte visto. Tengo que hacer esto más a menudo, no te tenía por un asustadizo.
—Estaría genial si no —fue su seca respuesta, con la mano aún en el pecho.
—Bueno, veremos… ¿Qué haces por aquí tan temprano? ¿Ibas a husmear donde el Maestro otra vez?
El joven se sentó en el suelo, suspirando con vehemencia. No le apetecía nada tener que darle explicaciones a Átira.
—Bueno… ¿y tú, que haces despierta a esta hora?
—Oh, desviando la atención, el clásico…
—No, yo…
—Ven conmigo y te lo enseño, ¿vale? —sonrió, indicándole que le siguiera.
La druida se acercó a la ventana y, antes de que Lucas pudiera reaccionar, se tiró sin mediar palabra. El chico se asomó, confuso. Sin embargo, pronto comprendió. Desde el suelo, se extendía una enredadera que iba creciendo más y más, hasta acabar en el techo de cristal de la Torre. Agarrada como un pirata a su mástil, Átira le instó a que hiciera lo mismo. No sin dudas, le hizo caso. La planta tenía cierto tacto viscoso, como si le abrazara las palmas de las manos. Apenas tenía que hacer esfuerzo para sostenerse sin resbalar. Dejándose llevar, alcanzó al fin la cúspide transparente. La joven le esperaba, recostada sobre un ligero lecho herbáceo, que surgía de la enredadera como si de un extraño injerto se tratara.
—Qué, ¿sorprendido? —tocó un par de veces el hueco a su lado, como invitándole a sentarse.
—Pues sí, sorprendido —aceptó la sugerencia.
El sol ya comenzaba a asomar desde el horizonte. Lucas no sabía aún si llamarlo sol, pero era lo más parecido al astro rey que había encontrado en aquel mundo.
—Antes me preguntabas por qué estaba levantada tan temprano, ¿no? —preguntó, observando el amanecer con una solemnidad bastante inusual en ella.
—Esto… sí.
—Pues verás, aparte de que los primeros rayos del sol son los más agradables… —le miró, sin apartar el rostro del calor del alba—, esto es lo más parecido a mi hogar —ante la mirada desubicada de Lucas, sonrió—. Quiero decir que, por aquí, lo más parecido a la copa de un árbol es este sitio.
—Bueno, aparte de esos —señaló el bosque que se extendía bajo sus pies, más allá de la cúpula.
—Ya, pero ambos sabemos lo que pasó la última vez que intentamos salir, ¿no, querido?
—Sí, ni me lo recuerdes… —resopló Lucas.
Átira se levantó de pronto.
—Estar aquí me recuerda mucho a mi abuelo, ¿sabes?
—Hablas mucho de él —comentó el chico, incorporándose a su vez.
—Como para no —se desperezó—. La verdad es que lo echo de menos. Nunca nos habíamos separado, y estoy segura de que él también me echa en falta.
—Entonces… ¿quieres volver con él?
El joven maldijo para sí su desliz. Sin embargo, Átira pareció no darse cuenta.
—No, Lucas, la verdad es que no.
—¿Y eso? No sé, dices que extrañas tu hogar, tu familia… ¿Por qué no quieres…?
—Te me caes, querido, no me hagas creer que eres tan lerdo —levantó el dedo—. Si no quiero volver, es porque eso significaría renunciar a mi sueño.
—¿A qué te refieres con sueño? —preguntó Lucas, ladeando la cabeza.
—¿Tengo también que explicarte la definición de esa palabra, querido? —preguntó, sugerente—. Pues eso, sueño, objetivo… En mi caso, es ser la druida más poderosa. Y en la Madre Selva, lo tenía complicado.
—Entiendo… Pero hay algo que no me encaja —la miró, severo—. No veo qué tiene que ver ser más fuerte, o lo que sea, con ponerte a mirar en plan vigía desde aquí. ¿Te motiva por las mañanas, o…?
La joven suspiró, como no dando crédito de la ignorancia de su compañero. En respuesta, Lucas endureció el gesto.
—No te enfades, anda —sonrió Átira—. Sí, hay otro motivo por el que me gusta subir a lugares altos y ponerme a mirar el infinito.
—¿Y ese motivo es…?
—No seas impaciente, que estás a un empujón de bajar de boca cuatro pisos —espetó la druida, arqueando una ceja—. Es que me gustaría mucho viajar, ¿sabes? Desde pequeñita siempre me había ilusionado saber qué había más allá de mi bosque, y me pasaba las horas muertas imaginando qué serían todos esos pequeños puntos en la lejanía. El mundo está lleno de maravillas, y yo quiero verlas todas.
—Pero, estando aquí encerrados, ¿no sientes que has vuelto al principio? —preguntó Lucas, muy serio—. Quiero decir, vuelves a estar rodeada de árboles, mirando esos puntos desde lejos…
—Es que, aunque sea mi sueño, no me importa esperar —Lucas dejó escapar un suspiro—. Venir a la Torre me ha permitido conocer uno de los puntos que veía de pequeña, así que estoy segura de que, cuando termine todo aquello que tengo que hacer aquí, podré viajar al siguiente punto. Y luego, al siguiente. Lo importante de los sueños no es cumplirlos, sino disfrutar del camino hasta ello —se desperezó, estirando los brazos hacia arriba—. ¿Me he puesto demasiado cursi, verdad?
Lucas negó con la cabeza. Lo importante es disfrutar del camino… Ale solía decir mucho esa frase.
—Bueno, un poco sí, en realidad —acabó por reconocer el chico, con cierta condescendencia.
—Pues ya sabes, como cuentes algo de esto por ahí, igual un día te levantas con una venus atrapamoscas en la entrepierna. Así que nada de hundir mi reputación, ¿estamos? —le dio un codazo, disponiéndose a descender por la hiedra—. Venga, como no bajes ya, te dejo ahí arriba.
—Estamos, estamos —rio Lucas, aferrándose a la planta.
2.- Ropa de color azul
Manejando con cautela la vestimenta que le habían dejado en esa cama, más seca de lo que estaba habituada, Loza se preguntó si realmente era necesario que fuera tan ajustada. Sabía que era por temas de aerodinamismo, pero pasar de su ancha túnica a algo que resaltaba tanto su figura… Entre suspiros, se retiró el velo, liberando su larga cabellera escarlata, y se cambió sin cambiar su expresión de incomodidad. Sin embargo, al mirarse al espejo, aquel traje cerúleo la enamoró por completo. Tampoco era tan exagerado el ajuste como en un principio había pensado, y con su tacto suave, aunque resistente, se sentía como una segunda piel. Meneando la melena cual leona, Loza sonrió. Por fin, se sentía ella. Ahora, a conocer gente, se dijo mientras se rascaba el cuello, tan azul como el resto de su cuerpo.
3.- Diario / Libros
El pequeño Fink, bibliotecario de la Torre, se apareció frente a Cressida, rodeado de una fragante niebla turquesa. La mestiza parecía agobiada, rebuscando entre libros y manuscritos amontonados sin orden ni concierto.
—Ya me dirás la razón por la que me has dejado esto como una zahurda…
—¡Señor Finkertyu, lo siento muchísimo! —gimoteó, deteniendo su búsqueda—. ¡No encontraba el manual de…!
—Los manuales están en la biblioteca principal, maestra. Parece mentira que hayas pasado los últimos seis años aquí —respondió, entornando la mirada.
—Verdad, verdad, verdad… —se levantó de un salto—. Recojo esto y voy para allá, de verdad, lo siento muchísimo, señ…
—Cress, para un poco, que me estás poniendo nervioso hasta a mí.
La chica respiró hondo, agarrándose los mofletes para calmarse.
—¿Tú también crees que no sirvo para esto…?
El milnómido la observó, sin comprender.
—¿Quién te ha dicho eso a ti, eh? —preguntó, con el ceño fruncido.
—Algunos maestros de Trueno… Les he oído hablar de que el maestro Pace no hizo bien al dejar al mando a alguien como yo. Y no les culpo, porque sé que tienen razón.
Sin mediar más palabra, Fink elevó el brazo derecho, con la palma de la mano abierta hacia arriba, mientras adoptaba una pose encorvada hacia la izquierda. Cressida se sonrojó, mirando hacia otro lado.
—No, mira para acá —le ordenó Fink—. Vales mucho, y esto lo demuestra. Esos patanes podrán decir lo que quieran, pero con solo veinte años les has superado a todos. Incluso a Pace. Te lo digo en serio, ten un poco de fe en ti misma.
La mestiza fue a abrazarlo, pero el milnómido la apartó, incómodo. Disculpándose con una sonrisa, recogió todos los libros en un santiamén, y salió de allí como alma que lleva el diablo. Fink la observó, satisfecho, hasta que se dio cuenta de que, al girar para abandonar la sala, había tirado un par de libros con un golpe de su larga trenza dorada. Resoplando, se materializó junto a ellos, y los colocó en su sitio, con precisión milimétrica.